Tortillas


Mira Lola, cuando te sientes desencantada con el mundo, ¡no hay nada como cocinar una tortilla de patata y reconciliarse con la humanidad!
Me gustaría saber qué hace la gente para animarse, es una curiosa parte de la personalidad...

Yo, cuando no me siento a gusto, cuando no me encuentro, cuando nisiquiera un buen amigo me puede ayudar porque el problema está demasiado profundo, entonces cocino. Me invento recetas maravillosas, indago en el armario y en la nevera en busca de los ingredientes mágicos, me pongo un vestido de verano y comienzo mi aventura culinaria.

No es que yo sea una gran cocinera -aunque suelo hacerlo a diario, pero le llamo “hacer la comida”, que no es lo mismo que cocinar-. Cocinar es como preparar una obra de teatro, me entusiasmo planeando el espectáculo, para mí o para quien sea el afortunado que me acompañe (afortunado si mi experimento sale bien). Porque a mi no me gusta seguir las recetas de la abuela, ni las de Simone Ortega; a mí me gusta jugar... Y por eso se me quitan las penas, porque juego, construyo un delicioso plato (o al menos un original plato), de la nada, de lo crudo, de lo soso. Soy la bruja de la taberna, el hada del amor... Hay que enamorarse de la carne cruda, de las hojas de lechuga, de la pimienta, incluso del pescado congelado; nada que cocines saldrá bien si no lo haces con mucho amor. Con tanto amor, tanto olor, tanto juego, con la inevitable compañía del que al final degusta mi plato ¿Quién no se alegra un poco?

Llevo años diciendo que al final, por muchas vueltas que le des a las cosas, toda la vida se resume en una tortilla de patata.